miércoles, 27 de julio de 2011
LOS PRIMEROS MISTICOS AMERICANOS
POR MONICA L. PLATANEO, S.R.C.
TOMADO DE Revista El Rosacruz A.M.O.R.C.
Existen innumerables obras que versan sobre la historia del rosacrucismo y extensas nóminas de personajes que fueron o pensaron como rosacruces, mas en ninguna de ellas se hace referencia a los Mayas.
Pueden preguntarse cómo es posible que “esos indios” lleguen a ser considerados como los primeros místicos americanos; sí, esos indios que nos precedieron, esos indios que (como su nombre lo indica: MAYA) fueron una ilusión, que la ambición y la ignorancia ciega de la conquista quebrantó.
Los mayas poseían un sistema filosófico en el cual es posible hallar gran parte de los postulados en los que se basan nuestras enseñanzas rosacruces. El maya proclamaba “no existe el tú” sino el “tú eres mi yo” manifestando, de esta forma, que el hombre frente a otro hombre está como contemplándose a sí mismo en su espejo. Esta concepción de la integración humana era totalmente válida para ellos, sin que existieran discriminaciones de ninguna clase.
Es verdad que esa actitud de respeto, de solidaridad, de fraternidad, fue siempre interpretada como humillación, sorpresa, admiración y miedo. Sin embargo, el maya fue un pensador y arribó (antes que cualquier otro) a la conclusión de que el hombre es parte de la naturaleza en lo particular y del orden cósmico en lo general, que el hombre es parte del Todo, que disfruta de una porción de inteligencia y (con sus acciones) contribuye a mejorar o desmejorar el ambiente.
Afirmaba que todo lo que comemos, lo que bebemos, el aire que respiramos, la energía de la cual disfrutamos, todo es parte de esa naturaleza ya sea como mineral, vegetal o animal. De esta forma, el hombre participa de las virtudes naturales. Esta fue la razón por la cual el maya nunca se enfrentó a la naturaleza, ni se atrevió a dominarla como lo hace el hombre en la actualidad; por el contrario, se convirtió en su aliado respetando sus leyes y comprendiendo la necesidad de entender la conjugación existente entre él y las leyes cósmicas y logrando encontrar las bases de las relaciones entre el ser humano y la naturaleza, absolutamente convencido que cada elemento debía constituirse en cooperador para obtener la armonía cósmica.
El hombre precolombino se lanzó a las profundidades de la naturaleza con la certeza de encontrar, en sus elementos, en su esencia, todo lo que hacía falta. De esta manera, sostenía que la tierra estaba íntimamente ligada a la humanidad, que el hombre y la tierra constituían un todo, que el ser de la tierra era el Ser del hombre concluyendo que, al ser integrante del orden natural, era síntesis de lo Cósmico porque era el único Ser que, al igual que esa Consciencia Cósmica, podía creer - crear - hacer.
Para los filósofos mayas la tierra misma era un Ser íntimamente vinculado a la existencia del hombre, tanto desde el punto de vista físico, como psíquico. X´mucame era la tierra, pero la tierra viva, la que da vida y la que amorosa nos recoge en su seno cuando morimos. Por ello, sus símbolos eran de vida y muerte concluyendo que de la vida surge la muerte y de la muerte surge la vida. Al reconocer que la tierra era su madre (y en Coatlicue está presente la idea concreta de que ella es la hembra que concibe a sus hijos (los hombres), resultado de la conjugación existente con el Sol, el padre que engendra y produce la presencia de los seres animados) el maya no huyó de la naturaleza sino que se unió a ella con el propósito de mantener el equilibrio.
La confirmación referente a que la tierra era considerada un Ser, la hallamos en los aspectos cosmogónicos que giran en torno al Ave Serpiente (símbolo solar terrestre, ya que la serpiente representaba la tierra y el ave el sol) pues como su nombre maya lo indica k ´inichk´Ak´Mo significa ave solar de rostro de fuego y éste era el Ser que intervenía en la formación del hombre como Tepeu, Dios con personalidad de Ordenador que extendía hasta el más remoto rincón del universo su ley invariable de la causalidad, de la proporción y de la semejanza. Dibujaban su ideograma, IK´, en dos posiciones: hacia arriba y hacia abajo, ejemplificando el postulado hermético.
Su numeral, seis, se relacionaba con la trinidad causal: tesis, antítesis y síntesis, actuando hacia arriba y hacia abajo. Pero el numeral completo era siete, haciendo referencia al principio que no actúa. Es aquí donde el genio maya descubre la fórmula adecuada, pues a pesar de que las manifestaciones son seis, el conjunto es siete porque se agrega algo que queda innombrado y que reúne en sí todo aquello que escapa a nuestro limitado entendimiento y experiencia y que, siendo parte de Dios, constituye el principio que hace funcionar armónicamente todas las manifestaciones en conjunto.
Respecto a la creación, el pensador maya siguió un sentido lógico: los elementos actuaban creando seres, produciendo vida que iba surgiendo de la combinación de los elementos energéticos. De esa serie de células y moléculas que se iban condensando, surgían los seres vivos que la energía hacía nacer. De tal forma, el maya nunca aceptó la creación a partir de la nada. Para él, sólo de algo tuvo que resolverse algo. El signo cero no fue para el maya la Nada Absoluta (como muchos afirmaron), sino el germen, el origen de algo, razón por la cual este símbolo se pintó por medio de una semilla o de un caracol, siempre capaz de producir una cosa a partir de otra. Llegó así a la confirmación de la existencia de una Consciencia Cósmica que llamó Hunab Ku, que quiere decir, el único dador de la medida y el movimiento, representado por un círculo en el cual se inscribía un cuadrado.
El filósofo maya no confundió el alma y el espíritu. A la primera la califico como forma y al segundo como fluido solar. Para el maya, todas las cosas tienen forma y todo lo que materializa tiene alma. La forma resulta de la esencia de las cosas, es un actualizarse de la materia, esa posibilidad que logra alcanzar su realidad en la estructura de su forma. El maya, al considerar que el alma es forma, está reconociendo la presencia de la energía que es la que permite que el espíritu (el cual necesita de un vehículo adecuado a su necesidad de mostrarse bajo una forma) se revele. Esa que, al perder su energía, se desintegra y retorna a su primigenia condición de fluido energético reincorporado a sus esencias.
Por último, es interesante intentar desentrañar el significado del ave solar, la serpiente emplumada a la que ya hemos mencionado. Quetzal es pájaro, ave, pluma preciosa; cóatl, quiere decir serpiente; Quetzalcóatl es para los antiguos mesoamericanos el Hilo de Dios, un avatar. Pero, si retrocedemos en el tiempo, podremos notar que el culto a la serpiente es más antiguo que el mismo Quetzalcóatl o Kukulkan (nombre maya) y que, de acuerdo a la evolución espiritual del pueblo, se le tenía como símbolo supremo y se le iban agregando atributos, transformándola y adornándola, hasta llegar a ser la serpiente emplumada. Es importante recordar que la serpiente de cascabel (la serpiente maya) tiene una rosa en el centro del cuerpo y sus cuatro lados poseen trece escamas que, multiplicadas por las veinte escamas internas dan por resultado los días del tzolkin, el año religioso.
La rosa central representaba al sol y los cuatro lados simbolizaban los cuatro puntos cardinales formando así una cruz con la rosa en el centro. El cuerpo de la culebra igualmente representaba al sol y los cuatro elementos de la naturaleza asociándose al quincunce, al número cinco, Señor de la Aurora. Cinco: Factor geométrico en la construcción del Universo; la geometría es la quinta de las siete artes; además, son cinco los sentidos objetivos y las facultades. El, es el centro, el sol, el poder creador fuente de vida y energía. Asimismo, la serpiente ondulante se ligaba a las significaciones de movimiento-acción-ritmo y vibración. Ella fue considerada en tiempos remotos como sinónimo de sabiduría. Adornada con plumas pasa a ser pájaro, ave; la complejidad de este símbolo nos demuestra que el hombre no es sólo materia, sino que existe algo invisible, más fuerte: el alma humana que, llegado el momento de la transición, se desprende de su cárcel material y, atravesando las rejas de la prisión carnal, se eleva al infinito. La serpiente emplumada representaba la esencia de las cosas, la vida infundida en la materia primordial.
Es evidente que estamos en presencia de lo que podríamos llamar los primeros místicos americanos; místicos que conocieron la rosa y la cruz, que diferenciaron entre materia y forma, que hablaron de energía cósmica, que distinguieron entre actualidad y realidad, que utilizaron (en algún momento del pasado) un idioma muy parecido a éste que nos convoca. Por esta razón, este recordatorio, por los que y para los que nos precedieron en el camino hacia la Luz. Reflexionemos las palabras del filósofo maya: “Soy substancia celeste, en mí está el rocío de las nubes y el llanto del cielo”.
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