
DE NUESTRA REDACCION. El culto a los muertos en Guatemala es hoy una mezcla de ritos paganos y cristianos. Así, mientras se piensa celebrar a todos los Santos Cristianos el 1 de noviembre, se baila rumbo al cementerio, se preparan comidas, se levantan altares con las fotos de los difuntos de la familia a los que se les prende velas y se les reza.
Noviembre es, para el Mundo Maya, el mes de los muertos. Se cree desde tiempos inmemoriales que en estas fechas se les permite abandonar el más allá y vagar unos cuantos días por el mundo. Buscan sus casas, a sus familias, sus tierras. Cuando las encuentran, se quedan a comer y a beber. Por ello a algunos platillos como el dulce de Jocote, Ayote o Chilacayote y a algunas bebidas se les llama cabeceras porque se comen y beben en la cabecera de la tumba, al lado de la lapida.
En algunos lugares esto se hace desde altas horas de la noche para compartir lo más que se pueda con los difuntos…También, los difuntos comparten regalos, anécdotas y, una vez satisfechos, regresan a su eterna morada. Volverán el próximo año, los días 1 y 2 de noviembre, en un permanente ciclo que mantiene unidas la vida y la muerte. Este retorno perpetuo es una creencia firmemente arraigada entre las diversas comunidades del Mundo Maya. Son pueblos acostumbrados a mirar hacia el pasado y a tomarlo en cuenta, para los cuales morir es solamente abandonar este mundo y habitar en otro, generalmente mejor.
Cada sitio en Guatemala tiene características distintivas cuando llega la fecha de comunicarse con sus muertos. Muchos lo hacen sufriendo y reviviendo el duelo, otros festejando y algunos, incluso, dedicándose a los juegos de azar y embriagándose con las bebidas “conocidas tradicionalmente como clandestinas” como lo son el Súchiles, el Boj o el Caldo de Frutas, especie de licores que se logran por la fermentación de algunos o todos de sus ingredientes.
Algunos llevan mariachis y los más modernos, aparatos de sonido que ponen a todo volumen. Todo tiene el mismo objetivo: Dejar satisfechos a quienes vuelven del más allá, pues se cree que solamente así éstos lograrán el descanso de sus almas. Las comunidades indígenas de Guatemala han incorporado a sus ritos y ceremonias ancestrales, costumbres que llegaron con los españoles en la conquista y la colonización, hace casi cinco siglos.
Muestra de esa mezcla entre lo católico y lo pagano son las ceremonias del Día de Muertos. Se llevan a cabo en todo el país, y aunque tienen el objetivo común de veneración y recuerdo, en cada sitio adquieren matices propios. Año tras año, a fines de octubre, los guatemaltecos instalan en sus hogares un altar. Es el altar de muertos, en cuyo centro colocan las fotografías de familiares fallecidos, y a su alrededor, a manera de ofrenda, ponen agua para que la beban o den mensajes ya que debido a si tiene o no bolitas de oxígeno y cómo estas crean figuras así es lo que los muertos dicen. También se ponen en el altar flores, veladoras, diversos alimentos (por ejemplo, pan y frutas) y algunas bebidas como el aguardiente (hechas de caña de azúcar), o el atole (ésta no alcohólica, a base de frutos como el maíz, habas, y plátano, entre otras y agua).
Otro elemento interesante en la celebración del 1 y 2 de noviembre es lo que se conoce como “adornar a los muertos”. El ritual del altar casero continúa la madrugada del 1 de noviembre, cuando todos los vivos de la familia colocan flores en las ventanas y portales de la casa o simplemente en el altar donde están las fotos. En muchas partes se considera que esas flores deben llevarse inmediatamente al Cementerio porque si se quedan en la casa, por ser propiedad de los difuntos, “sería de mala suerte”.
Los especialistas concuerdan que esta es la manera de comunicarle a las ánimas que son bienvenidas. Sigue entonces el rito de "vestir" las tumbas, lo cual en el interior de la República es algo muy colorido ya que la familia completa se dirige al cementerio y esparce flores a lo largo y ancho de sencillos y pequeños promontorios, sitio donde reposan sus muertos. Dejan coronas de papel encerado en la cabecera de la tumba y después preparan la comida, que consumirán ahí mismo, como una forma más de compartir con los difuntos.